El relativismo e individualismo propagan la idea de que la justicia no es más que un concepto inasequible para el ser racional, reduciéndola entonces a una noción espacio-temporal determinada y no atemporal y universal.
El problema que encuentro en esta postura radica en que no seríamos capaces de distinguir lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto, lo justo de lo injusto; con ello, reducidos a contemplar nuestros sentimientos y autoconceptos, nos guiaríamos por nuestras propias posturas sin entender a ciencia cierta el contenido de las mismas: en otras palabras, la vida no tendría sentido, pues todo nuestro actuar significaría seguir un instinto o una fuerza motriz interior que intentaría ser explicada como la única fuente de verdad.
El yo, elevado al grado de único juez de mi actuar, se pierde ante la alteridad y no puede comprenderse, pues sólo a través del otro tengo la posibilidad de entender mi ser.
Si mi actuar lo baso meramente en mis conceptos e ideas, niego entonces la existencia de algo más allá que mantiene un conocimiento pleno, tanto de mi ser como de las ideas y conceptos.
Siguiendo a Platón, el yo, es verdad, se encuentra limitado en cuanto a su acceso a las ideas abstractas, residentes en el más allá, sin embargo cierto es también que el yo sólo tiene la posibilidad de ver la sombra del concepto per se. Por ello, tenemos que buscar los conceptos puros, a través del dialogo, la razón y el espíritu, porque es posible tener aunque sea una idea vaga de la verdad.
Con ello, lo justo no se determina según el espacio y el tiempo, sino con relación a la idea abstracta, perfecta e ideal, residente en lo atemporal, en la mente de Dios, en la mente perfecta del creador, que si bien no se compara con nuestra razón, tenemos no obstante la posibilidad de acercarnos a ella.
A través de la vida debemos seguir la luz de la verdad, como guía para nuestro actuar, convencidos de que sólo a través del curso del tiempo la verdad resaltará frente a tanta relatividad.
